martes, 25 de enero de 2011

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El Domingo pasado fui a Atienza: un pequeño pueblecito medieval de unos cuatrocientos habitantes que se encuentra en la provincia de Guadalajara, mi ciuad natal. Es un lugar insólito y muy frío, hace frío todos los días del año, sea invierno o sea verano pero aún así es un lugar que no se debería uno perder antes de morir. Tiene tres bonitas iglesias románicas y un castillo del cual sólo quedan unos pequeños restos de la torre pero aún así merece la pena verlo, parece el típico pueblo perdido de la mano de dios pero tiene algo que ninguno tiene, una absoluta perspectiva humana.

Paso a paso el frío helaba sus huesos mientras que el suelo se iba destruyendo en pequeñas y molestas piedras, era doloroso seguir ese camino pero era el único por el que se podía caminar... Cada vez que el pelo se le movía por el fortísimo viento se paraba y se lo colocaba, quería estar perfecto para su encuentro costase lo que costase...

Poco a poco veía el final del camino, como la luz del quirófano que se confunde con la luz del túnel, y se sentía cansado, apocado, impotente... La torre se divisaba tras pasar por el arco de entrada y, reuniendo las últimas fuerzas, se adentró hasta su destino.

[...] lo consiguió, ya se encuentra ahí, frente a ella, frente a esa ciudad que representa todo lo que siente, todo su ser y todos sus sentimientos. Lentamente levanta la mirada y deja caer una lágrima, susurrando dice: tú eres esa eternidad que nunca pensé poder mirar.

I do now.

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Resquicio de nuestros gritos.