[....] la bufanda no evita que el frío se cuele en su rostro y acaricie suavemente su barba dándole un aspecto de nauta perdido en la inmensidad del océano; prosigue su indeterminado camino hasta que llega a una antigua cafetería la cual incita a sentarse y tomarse un suave y delicioso café cortado, esponjoso, con una pequeña nube de nata en la parte superior, de esos que gustan a los golosos... «Tienes una gota de nata en la nariz» dice ella mientras que retira el café y recoge su corona, acompañando una sonrisa imperfecta y dejando mostrar unos dientes dignos de ser comparados con la nieve del exterior; «!Ufff¡ nieve», sólo pensar en el frío que debe de hacer ahi fuera se le quitan las ganas de seguir pero, finalmente, tras unos minutos de duda, recoge su maleta y sale del lugar. Enroscada la bufanda cual serpiente disecada, alarga sus pasos cada vez más en dirección a lo desconocido, al norte.
[...] ese resbalón no parecía tan peligroso pero ahora, tendido sobre el suelo y medio muerto dice: «¿Cuál sería su nombre?». Sólo un vistazo le había servido para descubrir que ella era especial, no como ninguna otra, pero ahora ya nunca podría decirle lo que sentía, nunca.
No por mí. |
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Resquicio de nuestros gritos.