sábado, 25 de diciembre de 2010

Al fin y al cabo, somos sociales.

Siempre había deseado irse de vacaciones a Irlanda, especialmente a Dublín; era una ciudad que tenía todo lo que ella siempre había deseado: una total pasividad, como a ella le gusta. Al llegar allí se sintió extraña, tantos años buscando la manera de llegar y por fin estaba allí, sola y sin ningún destino más que el de evadirse. Es extraño eso de caminar por una ciudad que no conoces, la gente, las tiendas, los edificios, la historia que nunca has vivido en el lugar... pero las millones de fotos colgadas en su cuarto habían creado en su mente una perfecta imitación.

Paso a paso, esquina tras esquina recordaba todos los lugares, todos los bares, todos los pequeños detalles invisibles incluso a los habitantes de la sucia y antigua ciudad del 1919, todo. Tumbada en el suelo del gran parque buscaba alguien con quien experimentar todo lo que los sueños habían dictado que conseguiría en la ciudad pero no encuentra nada... Sólo hace frío, solamente se oyen voces de pequeños niños proclamando la Feliz Navidad a los cuatro vientos mientras que ella se encuentra en un bar, Guinness en mano, viendo pasar personas que sonríen bajo la pesada lluvia.

Ella siempre había pensado que vivir unas Navidades fuera de su familia sería lo adecuado, que por una vez conseguiría sonreír sin la ayuda del sarcasmo pero hoy más que nunca se siente triste, triste porque echa de menos los abrazos de su hermana pequeña, triste porque no oye la voz de su otra hermana gritándole lo que tiene que hacer, triste porque, aunque le duela aceptarlo, les echa de menos: a todos y a cada uno de ellos.


Our city.
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Resquicio de nuestros gritos.