Anda por las calles de esa ciudad extranjera con una lata de Coca-Cola en su mano izquierda y una bolsa con unos cuantos libros de esos que no lee nadie en la derecha. Los cascos penetran en sus oídos dándole a conocer un mundo que le eleva a un sentimiento que se pude comparar a la felicidad; escucha canción tras canción esa voz amarga de la que se enamoró incluso antes de nacer, nació para escuchar esa voz y para ser como es, y nadie se lo va a poder quitar.
[...] paso a paso deja las huellas de sus doctores por esa playa de arena húmeda y solitaria... Solo camina lentamente dejando su firma en cada milímetro de esos granitos, solo siente la brisa del aire que nunca meció su cuna, solo grita a las olas por haberle inundado en un mar de soledad... solo. Coge piedras, una a una, y se planta delante de la orilla; lleno de ira las tira una a una inundando el propio mar en su esponjosa espuma para olvidarse de lo que existe y cubrirse de una capa de infelicidad y dolorosa soledad.
«Hace frío» dice mientras se quita esa camiseta que consiguió aquella noche de éxtasis musical; los pantalones se deslizan por sus piernas y las botas brillan gracias a la mirada del dulce Apolo. Empieza a correr hacia el mar mientras grita para terminar sumerigiéndose bajo el agua en una sensación de puro éxtasis...
Terminó el frío, y las preocupaciones, y la soledad, y el odio... Ya sólo queda la imagen de su cuerpo a la deriva en un mar que nunca fue de agua... Podemos pretender que los sueños sean realidad pero sólo son eso, sueños.
Sueños. |
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Resquicio de nuestros gritos.