En los peldaños de esas escaleras de color anaranjado esperaba la llegada del Salvador, del Mesías que me sacase del mundo de suburbios en que vivía y ahora mismo, con dieciocho años de mi vida sobre las espaldas ando errante buscando un lugar donde esperar todo lo que antes tuve y ahora no, todo lo que antes me hacía sentir vivo y enérgico; ya no hay nada de eso, sólo unos viejos zapatos que se guían sin pasos por una carretera helada en una Canadá olvidada por los humos y los suburbios...
Escribía cartas y las mandaba, miraba al horizonte y cerraba los ojos, fumaba y no me tragaba el humo... Solía hacer muchas cosas que ahora ya no hago, solía morderme las uñas, guiñar los ojos a los niños pequeños, pintarme las manos imaginándome otro mundo irreal, solía esperar, nada más, esperar algo que cambiase todo por completo, algo radical; no se si lo conseguí, pero aquí estoy, libre, en un acantilado, frente a una eternidad infinita y lo único que se me viene a la cabeza es esa piedra del segundo ladrillo en la que dejé grabadas esas palabras: "la vida es otro pequeño escalón más del ser humano".
(Foto de María López-Andreu)